Viaje a Texas con un señor de Washington. Una guía culinaria y literaria

Después de Un señor de Washington. En ruta por España con David Allan White,[easyazon_image align=»none» height=»75″ identifier=»8494647377″ locale=»ES» src=»https://recetasliterarias.com/wp-content/uploads/2018/10/417aQDRSW9L.SL75.jpg» tag=»recetas-literarias-21″ width=»50″] Pedro Menchén vuelve a viajar, en esta ocasión a Estados Unidos, y sí, una vez más con su amigo el traductor, escritor y bibliotecario jubilado David Allen White. Pedro se aloja durante un mes en la casa de David, en Texas, lo cual le va a permitir conocer el lugar (ciudades como San Antonio, Austin y Corpus Christi) y sus gentes desde dentro, no como un turista sino como un viajero de excepción.

Por este diario deambulan personajes pintorescos (amigos o familiares de David), con los que el autor entabla conversación. Pero no hablaremos de ello sino de la parte gastronómica: ambos amigos comen casi a diario fuera de casa, lo cual le sirve a Menchén para ofrecernos una cuasi guía culinaria de Texas.

Os dejo un fragmento, para que os hagáis una idea del tono del libro, Viaje a Texas: Con un señor de Kentucky, publicado por la editorial Sapere Aude recientemente.

 

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Viaje a Texas, de Pedro Menchén (fragmento)

Llegamos a Port Lavaca sobre las 13:00. No podemos salir del coche porque está lloviendo. David conduce hasta el puerto, en la bahía. No hay nada aquí, ni casas ni restaurantes. Nada. No hay ni barcos. Sólo uno muy viejo, medio desguazado. En cada calle hay cuatro casas dispersas, sin mucho orden. Yo pensaba que hoy comería pescado. Por una vez, al tratarse de un puerto (donde suponía que habría pescadores), pensé que podría comer pescado fresco.

—Creo que tienes una idea exaltada de este lugar —me dice David.

Sí, pudiera ser. Imaginaba un pueblo pequeño, pero con algo de vida, donde hubiera al menos un pequeño café con vistas al puerto, pero no hay ni casas frente al puerto. En Main Street, lo más parecido a una calle en este lugar, vemos un restaurante donde pone «Seafood», pero está cerrado. Tampoco hemos visto ni una sola persona por las calles. Todo está completamente desierto. Sólo nos hemos cruzado con un coche en algún sitio. Al final decidimos comer en alguno de los restaurantes que vimos a las afueras del pueblo, junto a la carretera. Yo comería en Pizza Hut, pero a David no le gustan las pizzas. Hay un Whataburger y un McDonald’s, sin embargo, optamos por un restaurante pintoresco, llamado Wagon Train Restaurant. Es de madera y, de algún modo, simula la apariencia de una carreta. Las mesas tienen hule en vez de mantel y hay jardineras con flores de plástico. Este restaurante lleva abierto 53 años, nos dice la camarera, y creo que no han renovado el mobiliario ni la decoración desde entonces. En la carta hay pescado, frito o grilled. ¿Qué clase de pescado? Catfish, dice la camarera. No lo conozco. O no conozco su nombre en español. Pero es igual. Lo probaré. David pide algo de carne. Mientras preparan la comida, observamos el ambiente dentro del restaurante: las descoloridas fotos de los cuadros, los hules desgastados de las mesas, las flores de plástico de las jardineras iluminadas con bombillas verdes… Sólo hay tres o cuatro mesas ocupadas por parejas o por personas solitarias, todas ellas de avanzada edad. Gente del pueblo que prefiere comer aquí antes que en su casa. La luz es escasa y nadie habla o lo hace en susurros. Por fin traen la comida. El aspecto de mi pescado no es muy apetitoso. Por algún motivo, lo como con asco. Lo pedí grilled, pero no parece asado. Está muy pringoso o aceitoso y temo que me siente mal. Dejo más de la mitad. A la ensalada le han puesto una salsa extraña que me desagrada. Cuando voy al baño, veo que está totalmente sucio y asqueroso, como si no lo hubieran limpiado en una semana. Ni siquiera tiene ventilación. La camarera me trae un tupper para llevar lo que me ha quedado. A David le da una bolsa para que se lleve el pan. David conversa un rato con ella. Es una mujer de unos 40 años, pero parece que llevara aquí trabajando desde que se abrió el local. David le cuenta que en este pueblo vivieron su padre, sus abuelos y una tía suya. Hace cálculos y comprueba que sus abuelos estaban todavía en Port Lavaca cuando se inauguró el restaurante, así que es posible que vinieran a comer aquí. La camarera asiente con la cabeza, como tratando de recordar, aunque, como es obvio, ni siquiera había nacido por entonces.

Pedro Menchén, [easyazon_link identifier=»8494882341″ locale=»ES» tag=»recetas-literarias-21″]Viaje a Texas: Con un señor de Kentucky[/easyazon_link], pp. 161-162.

 

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