Poema gastronómico de Charles Bukowski: Cena 1933

Charles Bukowski (1920-1994), padre del realismo sucio estadounidense, crítico feroz del sueño americano, nos ofrece hoy un poema titulado “Cena 1933”. Bukowski siempre tuvo cuentas pendientes con su padre, a quien criticó -según algunas personas que conocieron a padre e hijo- con saña desmedida.

Charles Bukowski nació en Andernech, Alemania, pero a los cuatro años se mudó con su familia a Estados Unidos. Es autor de poemas, cuentos y novelas en los que combina el humor, el sexo y una visión desencantada de la vida, que adereza -y esta es una de las claves de su éxito- con dosis de profunda emotividad.

Alcohólico empedernido, solitario e inadaptado laboral, Bukowski fue dando tumbos de mujer en mujer, de trabajo en trabajo, de borrachera en borrachera, hasta que, con más de 50 años, se hizo famoso. A partir de ese momento… siguió frecuentando el alcohol, las mujeres y el derrotismo. Cosas de genios…

Vivió la mayor parte de su vida en la ciudad de Los Ángeles, que retrató con vigor en sus libros.

Su poesía y su obra narrativa destacan, entre otros motivos, por la sencillez y la economía del lenguaje, como puede comprobarse en este poema, “Cena 1933”.


Francisco Rodríguez Criado es escritor, corrector de estilo y editor de blogs de literatura y corrección lingüística.

Poema gastronómico de Charles Bukowski: Cena 1933

Cuando mi padre comía
se le ponían los labios
grasientos
con la comida
y mientras comía
hablaba de lo
buena que era la comida
y de que
la mayoría de la gente
no comía
tan bien
como nosotros.
Le gustaba
rebanar
las sobras
del plato
con un trozo de
pan,
mientras hacía
ruidos de aprobación
que más bien parecían
gruñidos
sorbía el
café,
haciendo un ruido
fuerte
de burbujas
y después
dejaba
la taza.
“¿Qué hay de postre,
gelatina?” Mi madre
la traía
en una fuente grande
y mi padre
la servía
y al caer en el plato
la gelatina producía
un ruido extraño,
casi como
el sonido de un
pedo. Después venía
la crema batida,
a montones
sobre la gelatina.
“¡mmm, gelatina y
crema batida!”
mi padre sorbía de
la cuchara
la gelatina y la crema
batida.
Sonaba como si
estuviera entrando en
un túnel
aerodinámico.
Después de terminar
eso
se limpiaba la boca
con una enorme servilleta blanca,
frotando con fuerza
en movimientos
circulares,
la servilleta
casi le ocultaba
toda
la cara
y después de eso
sacaba
los cigarrillos
Camel.
Encendía uno
con un fósforo de cocina
de madera,
y después dejaba
el fósforo
aún encendido
en un cenicero,
después un sorbo
de café,
volvía a dejar la taza
y daba una buena calada
al Camel.
“¡mmm, que buena
estaba la comida!”.
Poco después
en mi cuarto,
tumbado en la cama
a oscuras,
lo que había
comido
y lo que había
visto
conseguían
ponerme
enfermo.
Lo único
bueno
era
escuchar
los grillos
afuera. Afuera
en otro mundo
en el que yo
no vivía.  

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