Historia corta de José Luis Ibáñez Salas. Un plato con resonancias musicales y generacionales

Información

  • Dificultad: media. Rescatar el espíritu de una generación no es fácil.
  • Comensales: amantes del pop, del rock, de la literatura vivencial y memorialística.
  • Tiempo de lectura: 12 minutos.

Ingredientes

  • El principal ingrediente es la memoria.
  • Varios personajes secundarios, que comparten con el narrador una visión parecida del mundo, de la amistad y de la música.
  • Pulsión por la narración visceral.
  • Amor a la autobiografía y a una época que hizo historia: la de la transición, la de la movida madrileña, la del despertar a la democracia.
  • Lenguaje vivo y fresco, muy personal, tanto que a veces se salta ciertas normas, como la de separar las palabras con espacios.

Pasos

Pongamos que hablo de Madrid. Esa es la esencia de este plato: el rescate de la memoria personal en una época mítica que comienza a finales de los 70 y toma cuerpo en los años 80, cuando España comenzaba a desperezarse tras la pesadilla del franquismo.

Pon al horno tus vivencias juveniles y plásmalas en el papel con vigor y pasión. Habla de tus amigos, de tus grupos preferidos, de tus novias, de tus personajes culturales preferidos, de lo que sentías cuando estabas realmente vivo. Dale dinamismo al lenguaje uniendo palabras («elarpaylasombra», «vayanocheladeaqueldía», «Cortedepeloacién»…), habla con familiaridad de grupos musicales insignes (los Bítels, en vez de The Beatles)…

Inserta un cuento dentro de otro.

Sortea la narración clásica (presentación, nudo y desenlace) a favor de una historia dispersa que le ofrece al comensal numerosos episodios con un denominador común: la música -y en segundo plano el afán por la libertad.

Escribe con pasión párrafos acelerados en los que recurras al polisíndeton para unir frases con una conjunción, en este caso «y».

La música y la vida, crecer y ser música y beber el agua de las fuentes y los bares y la juventud y aprender y ver crecer a tus hijos y amar y ser amado y escuchar el brillo de una canción y ver el alma del soul y del blues y ser rocanrol y peinarte con el significado de las melodías de tus rodillas y tus caderas.

A los diez minutos, saca el plato del horno y sírvelo bien caliente, acompañado de una copa de vino Ribera del Guadiana (o mejor, dos). Saboréalo con tus amigos de juventud mientras contáis historias, historias, muchas historias de los tiempos pasados.

Redacción de la receta: Francisco Rodríguez Criado

El chef

José Luis Ibáñez Salas nació en 1963 en Madrid. Se licenció en Filosofía y Letras y se especializó en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Editor e historiador, fue el responsable del área de Historia de la Enciclopedia multimedia Encarta, ha dirigido la colección Breve Historia para Nowtilus y ahora es director de la colección Biografías de Sílex Ediciones, editorial donde ha publicado El franquismo, en 2013, y La Transición, en 2015, y de la revista digital de divulgación histórica Anatomía de la Historia (anatomiadelahistoria.com).

En 1990 había comenzado a trabajar a las órdenes de Ricardo Artola en la indispensable Enciclopedia de Historia de España que dirigía su padre, el insigne historiador Premio Príncipe de Asturias de Humanidades, Miguel Artola. Asimismo, es editor de material didáctico para diversos niveles educativos en Santillana Educación y socio fundador de Punto de Vista Editores. Escribe habitualmente tanto relatos (algunos de los cuales han sido ya publicados por ejemplo en el blog literario Narrativa Breve, dirigido por Francisco Rodríguez Criado) como poemas y también artículos para distintos medios de comunicación, como la revista colombiana Al Poniente o las españolas Nueva Tribuna Fernando Martínez, Moon Magazine y Efe Eme.

Tiene escrita una novela que de momento no encuentra acomodo editorial. Nadie es perfecto.

Le gustan (mucho) los Stones, Vargas Llosa, Billy Wilder, la paella y reírse. Su amigo el historiador José Luis Gómez Urdáñez dice de él algo que a él le encantó leer la primera vez que lo vio escrito y que él repite cada vez que puede cuando quiere definir su oficio: José Luis Ibáñez Salas es un agitador cultural.

 

Historia corta de José Luis Ibáñez Salas: Sí, sí, ya, ya, sí, No, No, ya, sííí, sí

Huele a césped recién cortado y huele a la Casa de Campo. Estoy sentado y frente a mí el auditorio del Parque de Atracciones madrileño. Un melenudo dice sí, sí… Se lo dice a un micrófono situado en el centro de un escenario raro, un escenario que nunca antes había visto. Va a comenzar un concierto de rocanrol. Y yo no estoy soñando. Mi primer concierto de rocanrol. Asfalto es un ser urbano hijo del futuro y hoy no es un día de escuela, o quizás lo haya sido y ahora que escribo esto es un hoy que he olvidado pero no al completo, porque Rocinante lleva sobre sí al Capitán Trueno. Hoy volverá a ganar el bueno. Ya no escucho a Juan Bau, y pronto conoceré a los Doors, y los Bítels son mis cintas y mis posters y mis canciones aprendidas y a medio traducir. Soy la morsa, el hombre-huevo y un chaval sentado esperando a que el rocanrol me erice todo el vello de mi cuerpo una vez más por primera vez en mi vida. Siempre por primera vez.

En una cinta tengo en una cara el Off the Wall y el Thriller en la otra. Michael Jackson se queda en su casa el día que ya sé que no voy a volver a subir a ella. Se queda el instante idiota hasta que subo a sustituirle por lo que hubo de ser un amor de ocho años que hoy es esa casete y uno de los dos volúmenes de la historia del arte de Angulo, medio Angulo, y elarpaylasombra de Carpentier. Michael que te bailé a ciegas en aquella fiesta donde todavía latía un amor de ocho años y la vida olía a tónica. [es la discoteca todo fiesta, Billy Jean domina el baile, el sudor y el alcohol, las muchachas en su esplendor, los muchachos hermosos y ávidos… te miras los pies, te obedecen malamente y entonces te fijas en tus caderas, en tus rodillas de columpio… no hay nada más en la pista, Michael Jackson y su ritmo elástico, fiesta, discoteca, baile. Billy Jean, tu cuerpo aprendiendo, todo tú eres espíritu musical, eres pura danza en los focos… y entonces lo ves, hay un segundo maravilloso, un magnífico de repente, brillas como una llama dorada. Brillas un segundo y para siempre]

1978 y Asfalto, 1989 y Michael Jackson se queda un día entero en la casa de un amor de ocho años. 1984 y Michael Jackson y su ritmo elástico.

Los Bítels en dibujos animados en la tele y She loves you. Los Bítels en carne y hueso en una peli en blanco y negro y vayanocheladeaqueldía. Mi tío me deja recortar las cubiertas que lucen en un libro magnífico dedicado a ellos, y elijo el Sargento Peppers y el Abbey Road. Las pego esa misma noche en una pared de mi habitación mientras escucho muchas canciones suyas. Los Bítels son el eslabón perdido y felizmente hallado entre los monos y los dioses. Envuelvo con ellos la seda de mis recuerdos y todavía cada vez que los escucho soy un muchacho que es feliz aprendiendo a ser feliz. Pongamos varios años aquí: 1970, 1976, 1994, 2016. Yo supe cantar enterito el Yesterday, y casi traduzco el Let it be y alguna otra. Anytime at all es, hala, mi canción favorita de los Bítels. Después, ex aequo, unas cien más.

Parque del Oeste donde veré a los Smiths, glorioso paseo de Camoens donde un muchacho se repantinga somnoliento sobre una rama de uno de tus hermosos árboles y con esos ojos cerrados que esconden muchas canciones es capaz de entonar la letra completa de una canción de Ramoncín, tal vez sea Como un susurro o alguna de aquellas que me encandilaron en los años en que la calle era parte de esa escuela donde aprendí a soñar con la realidad.

 

Haircut One Hundred. No me digas que te has comprado el disco de Haircut One Hundred. Pregunto. Mi amigo Quique y yo compramos a menudo discos y tenemos un compromiso: informar el uno al otro de los discos que cada uno quiere comprar… para no comprar nunca el mismo y tener así, entre los dos, una discografía imbatible. Y nos acabamos de comprar el mismo elepé, el primero de un grupo británico que se llaman Cortedepeloacién. Un grupo muy molón. Pocos días antes tal vez nos hayamos cambiado el Dark side de Pink Floyd por el segundo de Burning y la casete de la Romántica Banda Local por una de Bloque. O algo así, no estoy seguro.

1985 y 1982. Pelican west se llamaba el primer disco de Haircut One Hundred, y salió en ese año 1982. 1985 debe ser el año en que vi al chaval aquel cantar con los ojos cerrados una canción entera del músico madrileño en el Parque del Oeste. Pudo ser en 1984. Los Smiths tocaron en Camoens, eso sí, en 1985.

Yo estuve a punto de tener una banda de rocanrol, un grupo de pop, algo así, pero no perseveré, no como mi amigo Jose o mi amigo Oli, que sí las tienen, los tíos. En realidad estuve a punto dos veces, una de ellas hasta grabé en una casete una de Los Jam, esa de That’s entertainment. Creo que cantaba muy bien. Pero ya digo, no perseveré. Y la guitarra ni por esas, y mira que lo intenté… Cinco veces.

1981 lo de la canción de The Jam que canté con Quique tocando el bajo en su casa y un amigo suyo a la guitarra. 1978, pongamos 1978, para el primer grupo en el que pude haber participado, el de Juli, y Jose y Oli y Mota…

La música y la vida, crecer y ser música y beber el agua de las fuentes y los bares y la juventud y aprender y ver crecer a tus hijos y amar y ser amado y escuchar el brillo de una canción y ver el alma del soul y del blues y ser rocanrol y peinarte con el significado de las melodías de tus rodillas y tus caderas. The Clash. Voy, que me esperan en el Pabellón del Real Madrid, es abril, se acerca mi cumpleaños y aún hace algo de frío, y tengo que llenar una bolsa con algo de papeo y cojo mi anorak que todavía me da no sé qué ir sin él, y espero ya en la calle a Quique y a Manolo, que acaban de salir en un cuento mío porque hemos vivido juntos lo de Tejero y tal y estamos deseando escuchar London calling y Spanish bombs aunque no sabemos que se van a tocar enterito o casi el Sandinista¡ ahora que aún no hemos asimilado la grandeza de una obra menor compuesta de… 36 canciones irreverentes y de goma y cromo. Y yo estoy esperando ahora mismo a que se acabe mi turno y le toque a Quique sujetar el fardo donde están los anoraks de los tres y las latas y los bocatas o las latas vacías y el papel de aluminio echo una bola o tres bolas y el rocanrol no nos decepciona del todo porque… estamos viendo a Los Clash. Te cagas.

“Esta noche actuará en el Pabellón del Real Madrid el grupo inglés The Clash, considerado por los críticos consultados por El Pais Semanal como el más significativo de 1980. Los Clash tratan de problemas sociales, políticos, de todo lo que les ponen por delante y les da la real gana. Muchas veces no saben de lo que hablan, pero ese es sólo uno más de sus encantos. Por otra parte, su música ha alcanzado un nivel de calidad superior y sus actuaciones son lo suficientemente salvajes como para compensar a quienes no pudieron escuchar a Springsteen.” (José Manuel Costa, El País, 28 de abril de 1981)

Springsteen, por cierto. Es Navidad, acaba el año 1980 y escucho Hungry heart, no es la primera canción de él que oigo, de hecho vengo oyéndole durante tres años, tengo el Darkness entre mis discos favoritos y alerta y lo descubrí cuando aún estaba en el instituto y ya empezaba a hartarme de Yes y sabía que nunca podría aguantar a Genesis. La primera canción que escuché de él la escuché en la Ciudad de Los Ángeles, que no está en California, que está aquí al lado cerca de Villaverde, salía de los surcos del Born to run y se llama Tenth Avenue freeze-out. Es Navidad y escucho en mi habitación por las noches, antes de acostarme, un programa de radio que está poniendo cada día una canción de The River… Uauuuuuuuuuuuuuuuuu. Dijeron de ti que eras el futuro del rocanrol y en realidad durante muchos años fuiste el rocanrol, fuiste mis patillas y fuiste algo así como bailar en Nochevieja abajoenlacalle o soyunroquero… Te amo, jefe, y tengo varios poemas escritos para ti donde te pido disculpas por no haberte escrito ningún poema. Y te vi en directo una sola vez. Suficiente. Todavía estoy en el Vicente Calderón bebiendo el cielo del final de la primavera en el Madriz de mis días. 1988. Sigo.

La sonrisa de un niño, la de mi primer hijo, cantarle una canción de Madness cuando le seco después de su baño y subirle hasta la luna donde están los bafles para que sepa que la lluvia nunca vuelve hacia arriba. 1999. Y 2001, o ya 2002, cuando su hermana, mi hija María, la hermana de Arturo, me obliga a escuchar mi colección de discos de jazz porque no quiere dormirse y en casa ya está durmiendo todo el mundo, menos ella… y yo. Menos ella y yo y Ella Fitzgerald y la seda de cristal del mundo de la música, sin el que no somos capaces de vivir quienes somos de música, se estremece alrededor del ámbito donde María es una sonrisa que puede acercarme las montañas y esparcir todo el agua de los océanos. [de ella escribí: Ella no cumple 16 como la María de Loquillo, cumple hoy trece años (estamos en 2015), porque María nació poco después de que el mundo pareciera que se iba a venir una vez más abajo. Pero no lo hizo, venirse abajo. Yo estoy convencido de que el mundo no se vino abajo porque María había venido a él. Y yo todavía la recuerdo mirándome desde sus cinco meses, riéndose ya muy tarde, casi de madrugada, la recuerdo recordándome que ser feliz es estar despierto, atento a los gestos de un bebé risueño, a las palabras no aprendidas de una niña: ser feliz es ver a María.]

Y ahora un cuento dentro de otro cuento.

Canary in a coal mine, Clara y La chica de ayer. Me hice mayor besándola. El día que yo cumplía 18 años fue el primero que nos besamos ella y yo. Estábamos en casa de Manolo, sonaban The Police y yo acababa de interrumpir el baile skatalítico, solo-para-aquella-chica, de la canción Canary in a coal mine. Me acerqué a ella que estaba muerta de risa y tras no sé cuantos meses de noviazgo la di mi primer beso. Nuestro primer beso. Fuimos novios durante ochos años más. Lo demás, ese futuro tan largo y ya todo él pasado, no cabe en este cuento. O sí. Otra canción, Clara, de Joan Bautista Humet. Esa sonaba en 1980 en la tele el primer día que subí a su casa, a buscarla para ir a nuestra primera Fiesta de Nochevieja como amigos especiales que iban a ser novios. Me acompañaba Quique y allí estaban sus padres, su hermano y su abuela, que se moriría pronto. Nos fuimos juntos ella, Quique y yo a aquella fiesta en lo de Los Plátanos del padre de Mariano, donde sonaría casi exclusivamente durante toda la noche el primer disco de Nacha Pop, en una travesía en la que ella se convertiría poco a poco en La chica de ayer durante casi los siguientes diez años del futuro que acaba de comenzar. Es de nuevo de noche, una noche ya de 1988, ella y yo estamos juntos en un concierto muy especial, Nacha Pop se despiden demostrando que nunca-nada-es-para-siempre, ni siquiera su propia despedida, la que marcaría el final de aquel futuro de ocho años que estaba a punto de sucumbir y ser ya el pasado que es y la dejó a ella como La chica de ayer que a veces es. Porque el pasado siempre está ahí, mirándote y recordándonos, al menos a mí, que los días que fueron son los días que son, son un presente inalterable al que poco a poco vamos difuminando hasta hacerlo desparecer de su realidad de presente. Si encadenamos a un árbol a la nostalgia y a la melancolía, podemos disfrutar mejor y más a menudo de lo que ya no es más que lo queramos que sea: ese esplendor en la hierba que nos enseñó a disfrutar del verdadero esplendor en la hierba que disfrutamos. Ese esplendor en la hierba del que aprendimos que todo es futuro.

Fin del cuento dentro del cuento.

Todo empezó con La Ronda y sus dedicatorias paraminoviaennuestroprimeraniversarioquieroquesueneFantasíadeJuanBau o tal vez escuchando a mi madre cantando ayayaycómoselallevaelrío o quizás empapándome de los discos de Raphael que tenía mi prima Maricarmen en la casa de mi tía Gelines en Suances o viendo en la tele Escala en Hi-fi o porque sencillamente, como decía la chica de aquella novela tan buena de Cercas: nosepuedevivisinmúsica. Y yo me di cuenta con diez años o así. Por cierto, ahora que recuerdo, yo no debía tener ni cuatro años y ya cogía lo que pudiera parecer un micrófono, el cordón que servía para subir y anudar las persianas de las ventanas del balcón de nuestra segunda casa, en Villaverde Bajo, por ejemplo, y lo usaba como eso, como un micrófono, como si fuera qué se yo… Frank Sinatra? Yo era un niño a un micrófono pegado cantando a lo mejor canciones de Luis Mariano o de Tom Jones. Delilahhhhhhhh

La radio, las revistas, Sal Común, Los Peleones, Onda2, Vibraciones, El Búho, Radio3, Esto no es Hawaii, Champú, Peine y Brillantina, Dominó, Popular 1, Los 4 Principales, Ruta 66, Diario Pop, Jesús Ordovás, Ignacio Juliá, Diego Manrique, Rafael Abitbol. Aprender, conocer, disfrutar, emoción y futuro, sorber la vida y ser baile y poesía de melodías, guitarras como cuchillas de afeitar, ser elegante y estar enamorado de la moda juvenil, cantarle a la chica de ayer, arder en Madriz, recuerdos del pelo largo, ritmo del garaje al calor del amor en un bar, atento a que pase algún cometa o baje un platillo volante, estamos desesperados sin saber qué será del siglo XX, esperando nada… y todo lo que vendrá después. Tararear canciones y sólo saberte completas Échame a mí la culpa e Insurrección. ¿Dónde estabas entonces? Estabas escuchando a Cecilia cantar Un millón de sueños.

Tengo que apuntarme en algún sitio que he de escribir un cuento en el que suene la música que me acompaña casi desde que nací. Tarde o temprano lo escribiré.

Más pronto que tarde. Sí, sí, ya, ya, sí, No, No, ya, sííí, sí, ¿se me escucha?

 

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