Fragmento del cuento “Aceite para cocinar”, de Ernesto Bustos Garrido
Esa mañana, en efecto, la Cándida había estado preparando el sofrito del cosido de vacuno que debía cocinar para el almuerzo. La mujer, siempre de mal semblante y con un gesto perenne en su boca de perro bulldog, acostumbraba a introducirse al almacén a hurtadillas y tomaba de cualquier parte los productos que necesitaba para cocinar. Y era pura mala costumbre, porque en la cocina de esa casa-almacén, se supone, había de todo.
Cuento gastronómico: Retablo caníbal a la carta en 8 actos
No había otra cosa en el mundo que lo excitara más. A la hora de comer, Pichi Arda abría un pequeño paréntesis en su insípida, monocromática y ausente vida de oficinista en una multinacional en declive y pegaba sus dioptrías por las diferentes pizarras que anunciaban el menú diario a lo largo de la avenida