Cuento gastronómico: La mujer que comía poco

En RECETAS LITERARIAS conjugamos dos extraños amigos de cama: la buena cocina y la buena literatura. Y como ejemplo para quienes aún no conocen este proyecto valga este botón, el cuento gastronómico “La mujer que comía poco”, del gran escritor francés Alfred de Musset, traducido por Esperanza Cobos Casto.

Esta historia corta, narrada a la manera de los cuentos tradicionales, nos introduce en la vida de un pastor y de su mujer, la cual, para sorpresa –y desconfianza– de su marido, dice que apenas come.

Alfred de Musset (1810-1857) es autor de una vasta obra literaria, en la que destacan títulos como la novela Confesiones de un hijo del siglo, que dedicó a George Sand. Escribió también poesía, teatro y ✅ cuentos 

Historia corta de Alfred de Musset: La mujer que comía poco

Había una vez un matrimonio en el que el marido era pastor de un rebaño de cabras. El pobre hombre se dirigía todos los lunes a la montaña y no regresaba a casa hasta el sábado. Estaba delgado, delgado como un junco. Y su mujer estaba gorda, gorda como una vaca. Cuando el marido estaba presente, la mujer no comía casi nada; se quejaba de dolores de estómago y decía que no tenía realmente apetito. Su marido se sorprendía:

–Mi mujer no come nada, pero está muy gorda; es muy extraño.

Se lo comentó a otro pastor que le dijo:

–El lunes, en lugar de subir a la montaña, escóndete en la casa y verás si tu mujer come o no.

Llegó el lunes; el pastor se echó el zurrón al hombro y le dijo a su esposa:

–Hasta el sábado. Cuídate. No enfermes por no comer.

Ella le contestó:

–Mi pobre marido, no tengo apetito. Sólo de pensar en comer me dan náuseas. Estoy gorda porque así es mi naturaleza.

El pastor salió en dirección a la montaña, pero, a mitad de camino, se dio media vuelta y, sin que lo viera su mujer, entró en su casa y se escondió detrás de la cocina. Desde ese punto de observación, la vio comerse una gallina con arroz. A lo largo de la tarde se comió una tortilla con salchichón. Cuando llegó la noche, el pastor salió de su escondite, entró en la cocina y le dijo a la glotona:

–¡Hola, buenas!

–Pero, ¿por qué has vuelto? –le preguntó ella.

–Había tanta niebla en la montaña que he temido perderme. Además, llovía y caían gruesos granizos.

Ella le dijo entonces:

–Deja tu zurrón y siéntate; voy a servirte la cena.

Y colocó sobre la mesa una escudilla de leche y unas gachas de maíz. El pastor le dijo:

–¿Tú no comes?

–¿Cómo? ¡En el estado en que me encuentro! Tienes suerte de tener apetito. Pero dime, ¿cómo es posible que no estés mojado si llovía y granizaba tanto en la montaña?

–Te lo voy a explicar. Es porque he podido cobijarme debajo de una piedra tan grande como el pan que has empezado. Y gracias a este sombrero improvisado casi tan grande como la tortilla que te has comido a las cuatro, no me ha tocado el granizo tan abundante como el arroz que te has comido para acompañar a la gallina que habías cocinado.

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