Fragmento del cuento “Aceite para cocinar”, de Ernesto Bustos Garrido
Esa mañana, en efecto, la Cándida había estado preparando el sofrito del cosido de vacuno que debía cocinar para el almuerzo. La mujer, siempre de mal semblante y con un gesto perenne en su boca de perro bulldog, acostumbraba a introducirse al almacén a hurtadillas y tomaba de cualquier parte los productos que necesitaba para cocinar. Y era pura mala costumbre, porque en la cocina de esa casa-almacén, se supone, había de todo.
Cuento gastronómico: La mujer que comía poco
Había una vez un matrimonio en el que el marido era pastor de un rebaño de cabras. El pobre hombre se dirigía todos los lunes a la montaña y no regresaba a casa hasta el sábado. Estaba delgado, delgado como un junco. Y su mujer estaba gorda, gorda como una vaca. Cuando el marido estaba presente, la mujer no comía casi nada; se quejaba de dolores de estómago y decía que no tenía realmente apetito.