Fragmento del cuento «Aceite para cocinar», de Ernesto Bustos Garrido
Esa mañana, en efecto, la Cándida había estado preparando el sofrito del cosido de vacuno que debía cocinar para el almuerzo. La mujer, siempre de mal semblante y con un gesto perenne en su boca de perro bulldog, acostumbraba a introducirse al almacén a hurtadillas y tomaba de cualquier parte los productos que necesitaba para cocinar. Y era pura mala costumbre, porque en la cocina de esa casa-almacén, se supone, había de todo.
Cuento de Felipe Trigo: La receta
Terminada la consulta, pude entrar en el despacho, donde mi buen amigo el doctor se ponía el abrigo y el sombrero, para nuestro habitual paseo; pero el criado entreabrió la puerta.
—¿Más enfermos? ¡Estoy harto! Que vuelvan mañana.